domingo, 15 de julio de 2018

Teorías de la felicidad

La mayor parte de los filósofos y de los psicólogos concuerda en que la búsqueda de la felicidad es la base de nuestras motivaciones. Si bien esa búsqueda implica decisiones particulares, o subjetivas, puede circunscribirse a la búsqueda de placer y a la búsqueda de propósitos, o finalidades. El hombre medieval realizaba su vida en base a una finalidad religiosa (la vida eterna) desdeñando toda forma de placer. Por el contrario, el hombre posmoderno dedica su vida a descubrir diversas formas de placer descuidando la búsqueda de un objetivo, sentido o finalidad para su vida. Daniel Kahneman escribió: “El sentido de la felicidad (prefiero la expresión bienestar subjetivo) tiene dos elementos fundamentales. El primero es una distinción clásica, que se remonta al menos a Aristóteles, entre dos ideas de la buena vida: una vida de placer, satisfacción y otras sensaciones positivas, o una vivida en todo su potencial, llena de significado”.

“La elección clara de una con respecto a la otra presenta ciertos problemas. Si prefieres la alegría al significado, serás calificado de hedonista, lo cual no es un cumplido. Por otro lado, si proclamas que el placer es frívolo y que sólo importan el significado y la virtud, te llamarán merecidamente mojigato. ¿Cómo debes definir la felicidad si no quieres ser ni un mojigato ni un hedonista?”.

“La otra gran cuestión relativa a la felicidad es la forma de evaluarla. ¿Hemos de analizar cómo se sienten las personas a medida que transcurre su vida, con independencia de si experimentan sobre todo la felicidad o la desgracia? ¿O hemos de pedirles que hagan una pausa, piensen en su vida y digan si están satisfechos o no con ella?”.

“En principio, ambas cuestiones están relacionadas. Parece lógico utilizar mediciones de satisfacción vital para estudiar si la gente percibe significado en su vida, así como identificar sentimientos de felicidad valorando experiencias en curso. Ésta fue también mi idea durante muchos años, pero Paul Dolan es de otra opinión. Para empezar, está mucho más interesado en las experiencias vitales de las personas que en las evaluaciones que éstas hacen de su vida. Lo novedoso de la idea es considerar que lo «significativo» y «lo absurdo» son experiencias, no juicios. A su entender, en las experiencias subjetivas de finalidad las actividades difieren; el trabajo voluntario está asociado a un sentido de finalidad ausente en el zapping. Para Dolan, el propósito-finalidad y el placer son componentes básicos de la felicidad. Se trata de una jugada atrevida y original” (Del Prólogo de “Diseña tu felicidad” de Paul Dolan-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2016).

Si existen dos extremos que de por sí no permiten el logro de la felicidad, como la búsqueda de placer sin objetivos, o la búsqueda de objetivos sin placer, todo indica que debemos buscar un punto medio entre ambos extremos. Paul Dolan escribió: “Para ser feliz de verdad debes sentir tanto placer como propósito. Puedes ser tan feliz o desdichado como yo, pero con muy diversas combinaciones de propósito y placer. Y acaso requieras uno u otro en distintos grados en momentos diferentes. Pero has de sentir los dos. Lo denomino el principio placer-propósito (PPP)”.

“Estoy mucho más interesado en el significado de los momentos que en las interpretaciones del significado de la vida. Hay placer (o dolor) y propósito (o absurdo) en todo lo que hacemos y sentimos. Son componentes diferenciados que constituyen nuestra felicidad global a partir de una experiencia”.

En cuanto a la medida o comparación de la felicidad adquirida, puede decirse que la verdadera felicidad es la que, de alguna manera, puede transmitirse a los demás. Por el contrario, si alguien se jacta por poseer muchos bienes materiales, que garantizan sus posibilidades de lograr placer en gran cantidad, haciendo ostentación de superioridad, muestra un incompleto entendimiento de lo que es la felicidad y, además, en la misma acción muestra la imposibilidad de compartirla con los demás.

Otra consecuencia de la ostentación de riquezas, que por lo general genera envidia en los demás, es la evidencia de los falsos motivos para la envidia, ya que se siente envidia, no por la felicidad ajena, sino por la aparente felicidad ajena. Si es absurdo proceder en forma ostentosa, mucho más absurdo es el proceder en forma envidiosa.

Muchas veces encontramos expresiones como que “no existe la naturaleza humana” y que, por lo tanto, no existiría un marco natural que “aceptara” o “rechazara” las distintas teorías elaboradas respecto de la felicidad. Por el contrario, podemos denominar “naturaleza humana” al resultado de millones de años de evolución biológica que han conformado nuestros atributos corporales y psíquicos, que son la esencia de los estudios establecidos por la psicología.

Las teorías de la felicidad, por lo tanto, pueden entrar en el ámbito de la ciencia experimental y por ello mismo admitir cierta contrastación empírica, ya que es posible, en principio, evaluar los resultados de tales teorías. Sin embargo, no es frecuente encontrar en los libros de psicología, o de psicología social, un capítulo titulado “Teorías de la felicidad”. Quizá ello se deba a que la felicidad implica un estudio poco accesible a la verificación experimental, si bien se han realizado estudios concretos al respecto, como el que aparece en el libro de Paul Dolan, quien escribió: “Como soy uno de los escasos investigadores que trabajan en el ámbito de la felicidad y de la conducta, uno de mis principales objetivos de este libro es poner de manifiesto los vínculos entre estas dos esferas de estudio, y de este modo aplicar los últimos conocimientos en las investigaciones sobre la felicidad y la ciencia conductual directamente a las cuestiones de lo que estamos intentando conseguir (más felicidad)”.

“Tras haber trabajado durante dos décadas en la interfaz de la economía, la psicología, la filosofía y la política, creo estar en buenas condiciones para dar razones sólidas a favor de la siguiente definición: la felicidad es el conjunto de experiencias de placer y propósito a lo largo del tiempo”.

Otro aspecto importante, observado por el citado autor, radica en la asignación de nuestro tiempo y de nuestra atención a las diversas situaciones que nos presenta la vida cotidiana. Como solamente podemos pensar en un tema, en un momento determinado, y no sobre varios temas a la vez, gran parte del éxito en la búsqueda de la felicidad dependerá de una adecuada elección de temas positivos. Así, el envidioso, que ocupa la mayor parte de su tiempo en pensar en quienes hacen ostentación de lujo y riquezas, elige el peor de los temas. Por el contrario, quien ocupa su mente en cuestiones intelectuales o científicas, estará casi siempre alejado de todo pensamiento negativo.

Paul Dolan observa que los diversos temas en que podemos ocupar nuestra mente se presentan en “competencia” ante el “escaso tiempo” de nuestra atención. Al respecto escribió: “Tu felicidad está determinada por el modo en que asignas la atención. Las cosas de las que te ocupas impulsan tu conducta, y ésta determina tu felicidad. La atención es el pegamento que mantiene unidas las partes de tu vida”.

“La atención, como todo en la vida, es un recurso escaso. Debes racionarla, pues la atención dedicada a una cosa es, por definición, la que no se dedica a otra. Si atiendes a una cosa, pagas el precio de no atender a otra distinta. El concepto de escasez está en el núcleo de la economía…La escasez de recursos atencionales radica en el núcleo de mis investigaciones sobre la felicidad”.

“El proceso de producción de felicidad equivale al modo de asignar la atención. Los «inputs» de tu felicidad son la plétora de estímulos que compiten por tu atención. Éstos se convierten después en felicidad mediante la atención que les prestas. El enfoque en la atención es el «eslabón perdido» en la cadena de «inputs» y «outputs» [estímulos y respuestas]. Los mismos acontecimientos y circunstancias vitales pueden afectar en mayor o menor grado a tu felicidad en función de la atención que les prestes. Dos personas idénticas en todos los aspectos pueden ser felices de muy distinta manera, dependiendo de cómo conviertan los «inputs» en el «output» o resultado de la felicidad”.

Adviértase la semejanza de las conclusiones a las que se llega por distintos caminos:

Paul Dolan: Output = Atención x Inputs
Psicología social: Respuesta = Actitud característica x Estímulo

Debido a que el concepto de “actitud característica” es el más general, en cuanto a su empleo en la descripción de la acción humana, debe encontrarse la forma de vincularlo con la anterior elección de temas para nuestra atención consciente.

Nuestras acciones cotidianas pueden dividirse en conscientes y subconscientes, siendo las primeras aquellas en las que interviene nuestro razonamiento. Las segundas, por otra parte, son las que realizamos en forma mecánica o intuitiva, constituyendo hábitos logrados como resultado de tareas repetitivas. Así, cuando alguien está aprendiendo a conducir un automóvil, razona sobre cada una de las acciones que realiza. Con el tiempo, creará hábitos de manejo haciendo innecesaria la atención consciente por cuanto procederá a realizarlas en forma intuitiva.

La actitud característica de cada individuo también presenta la posibilidad de realizar acciones intuitivas tanto como razonadas. De ahí que podamos hablar de componentes afectivas o emocionales, y también componentes cognitivas de tal actitud; siendo tales respuestas establecidas en forma subconsciente. También ha de haber una componente conductual o de acción, que es la que requiere de nuestra atención. Edwin Hollander escribió: “Existen muchos modos de abordar la organización de las actitudes, pero para mayor comodidad podemos considerarlas con referencia a tres componentes fundamentales y a tres aspectos de su estudio. En lo que atañe a los primeros, D. Katz observa que las actitudes han sido tratadas en relación con un componente cognitivo, que alude a la creencia-descreimiento; un componente afectivo, que se ocupa de la simpatía-antipatía; y un componente de acción, que incluye la disposición a responder. La relación entre estos componentes concita aún gran interés por parte de la psicología social contemporánea” (De “Principios y métodos de psicología social”-Amorrortu Editores SCA-Buenos Aires 1968).

Haciendo una síntesis de las componentes mencionadas, surge la siguiente lista:

a- Componentes afectivas o emocionales: amor, odio, egoísmo y negligencia.
b- Componentes cognitivas: adopción, como referencia para la adquisición de nuevos conocimientos, de: la realidad, lo que uno mismo piensa, lo que opina otra persona o lo que opina la mayoría.
c- Componentes conductuales o de acción: la elección de temas a los que hemos de prestar atención.

domingo, 8 de julio de 2018

La metodología descriptiva que conduce a la discriminación social

Los economistas del siglo XIX establecían sus descripciones en base a clases sociales, que en ese entonces, en Occidente, estaban bastante mejor diferenciadas que en la actualidad. A fines de ese siglo surgen hipótesis que se adaptan mejor a la realidad, con las cuales se comienza a fundamentar el comportamiento económico en base a valoraciones subjetivas y a decisiones individuales. Sin embargo, la anterior metodología sigue parcialmente vigente durante el siglo XX y aun en la actualidad.

El inconveniente de la descripción en base a clases sociales, antes que en base a comportamientos individuales, no sólo implica una pobre exactitud o veracidad, sino a la casi inevitable asignación de virtudes o defectos colectivos asociados a todos los integrantes de determinada clase. Si esa valoración es negativa, se cae en el conocido fenómeno de la discriminación social.

Adviértase que tal discriminación es similar a la discriminación racial, por la cual, al asignarse defectos observados en algunos integrantes de determinado grupo étnico, tales debilidades se hacen extensivas a la totalidad de sus integrantes. Los totalitarismos del siglo XX fueron las consecuencias inevitables de los dos principales tipos de discriminación: la racial (nazismo) y la social (marxismo).

La palabra “totalitarismo” implica “todo en el Estado”, aunque también podría significar “todos los integrantes de una clase”, étnica o social, que comparten supuestamente iguales atributos. La discriminación social contra la burguesía, que vendría a ser la clase media actual, se la encubre como una lucha contra el capitalismo, o contra la desigualdad social, o a favor de los pobres, etc. En realidad, hay quienes aducen que el “perverso capitalismo” contamina a la inocente burguesía, mientras otros aducen que la “perversa burguesía” es la que genera el capitalismo como medio para explotar laboralmente a otras clases sociales. De todas formas, cuando la izquierda política llega al poder, sus integrantes dejan de lado sus disfraces y arremeten contra la burguesía agravando la situación social, moral y económica de toda la sociedad (como ocurre en la actual Venezuela chavista).

Debido a una previa y efectiva difamación anti-burguesa, la opinión pública acepta mayoritariamente la venganza revolucionaria, considerada como una forma de establecer justicia. Rosana López Rodríguez escribió: “Con Caudwell aprendemos que las formas de la economía (burguesa) bajo las que vivimos nos quitan algo más que tiempo, sacrificio, sangre, sudor y lágrimas. El capitalismo nos quita las relaciones afectivas, desde el amor de pareja hasta la amistad. Por la vía de la atomización, nos convertimos en acérrimos defensores de los intereses individuales por la vía de la desconfianza, nos convertimos en onanistas del sentimiento; por la vía de la explotación, perdemos el tiempo, el esfuerzo y las ganas de transitar la amistad, de desarrollar el compañerismo y acompañar a nuestros hijos. En suma, descubrimos que se nos quita la posibilidad de ser felices y de disfrutar de la vida. Algo que no podemos permitir” (Del Prólogo de “La agonía de la cultura burguesa” de Christopher Caudwell-Ediciones RyR-Buenos Aires 2008).

Las crisis sociales y morales que afrontan las diversas sociedades son reales, lo que no significa que sean efectos necesarios del “sistema capitalista”, sino de hábitos de vida y creencias poco compatibles con lo que el orden natural nos impone. Las sugerencias liberales acerca de la cooperación social dentro del proceso de intercambios en el mercado, con una previa adaptación a una ética elemental, son desoídas en la mayoría de los casos, por lo cual los actuales “sistemas capitalistas”, especialmente los latinoamericanos, están basta lejos de ser las economías de mercado competitivas que garantizan un buen desempeño económico de la sociedad, pareciéndose a las sociedades precapitalistas descriptas por Marx.

Los problemas sociales poco tienen que ver con un sistema económico que presenta efectividad en traducir demandas de los consumidores en respuestas productivas que las satisfagan. Si la gente busca lo inútil y lo superficial, tendrá lo inútil y lo superficial; si busca lo útil y lo necesario, también lo tendrá en forma efectiva en un mercado competitivo. Manuel F. Ayau y Eduardo Mayora escriben: “En la encíclica Centesimus Annus, Juan Pablo II ofrece dos versiones distintas y contradictorias de lo que se entiende por capitalismo, una de las cuales acepta y otra que rechaza. La primera versión corresponde a la tesis clásica de filósofos del derecho y de la ética como John Locke, Adam Smith y David Hume, que perseguían descubrir las normas de conducta de que debía nutrirse la ley para garantizar los derechos individuales: la libertad con responsabilidad, pues la economía de mercado o economía libre es, a la postre, el sistema económico que resulta cuando derechos individuales fundamentales como la vida, la propiedad privada y la intangibilidad de los contratos (la libertad de contratación) están efectivamente protegidos. La segunda versión a que se refiere la encíclica describe más bien el mercantilismo, sistema cuyas raíces latinoamericanas arrancan desde la colonia española y ha prevalecido con variaciones desde entonces hasta el presente” (De “El desafío neoliberal” de B.B. Levine-Grupo Editorial Norma SA-Bogotá 1992).

Los enemigos de la burguesía no tienen en vista otro objetivo inmediato que el de expropiarla de todos sus bienes. A la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción (y de otras propiedades), le sigue como consecuencia necesaria e inevitable, la formación de un monopolio que ha de eliminar toda competencia posible, estableciéndose un capitalismo estatal que acentúa y agrava todos los defectos atribuidos al capitalismo privado. Algunos marxistas lo saben muy bien, pero no debe olvidarse que el objetivo no es solucionar problemas sociales sino perjudicar a la burguesía, la “clase social incorrecta”. Los marxistas descartan los errores monopólicos que vendrán, por cuanto aducen que el socialista en el gobierno es “bueno por naturaleza”.

El marxista supone que tiene el deber histórico de dirigir la sociedad desde el Estado, unificando todos los poderes posibles, con la idea de quitarles a los burgueses el derecho natural de la libertad de elección, de la propiedad privada e incluso de la vida. Alberto Benegas Lynch (h) escribió: “Cualquiera sea la etapa en que se encuentre el proceso evolutivo, todas las vertientes y matices del liberalismo coinciden en un aspecto central, cual es el respeto irrestricto por el prójimo. Esta es la columna vertebral del espíritu del liberalismo. Dado que todos los seres humanos somos distintos desde el punto de vista anatómico, fisiológico, bioquímico y, sobre todo, psicológico, todos tenemos distintos proyectos de vida, distintos gustos, preferencias, vocaciones e inclinaciones. Por tanto, sólo puede concebirse la convivencia civilizada si recíprocamente respetamos nuestros distintos proyectos de vida”.

“El único proyecto de vida que debe ser bloqueado por la fuerza es aquel que pretende destruir proyectos de vida de otros. Desde la perspectiva liberal el aparato de fuerza gubernamental se limita al uso defensivo, nunca ofensivo. Siempre debe salvaguardar derechos, nunca para lesionarlos. Desde la perspectiva liberal, los agentes gubernamentales no deben imponer sus valores personales a los demás. Repugnan al espíritu liberal los llamados «modelos nacionales» para dar sustento al «ser nacional» y así cohesionar al pueblo en torno de «los valores de la nación», todo lo cual inexorablemente termina en que agentes gubernamentales megalómanos manejan a sus congéneres como si fueran objetos de plastilina que deben ser configurados a imagen y semejanza de los caprichos circunstanciales del diseñador”.

“En una sociedad abierta el único bien común concebible consiste, precisamente, en el respeto recíproco a los diversos proyectos de vida. Los valores culturales no son de esta o aquella nación, simplemente son. El liberalismo supone una visión cosmopolita. Los «nacionalismos culturales» han hecho estragos, desdibujando la cultura hasta convertirla en un adefesio al que rinden pleitesía trogloditas de diverso calibre” (De “El desafío neoliberal”).

El marxismo, en realidad, no describe ningún tipo de ley social, como generalmente se aduce, sino que supone ciertas “fuerzas impersonales”, de validez subjetiva, para las cuales sugiere la adaptación de todo ser humano. Se llega así al absurdo de que la humanidad no debería adaptarse al orden natural, sino a las supuestas “leyes de la historia” propuestas por Marx. Isaiah Berlin escribió: “Asustar a los seres humanos sugiriéndoles que están en los brazos de fuerzas impersonales, sobre las que tienen poco control o ninguno, es alimentar mitos…, equivale a propagar la fe de que existen formas inalterables de desarrollo en los acontecimientos. Liberando a los individuos del peso de la responsabilidad personal, esas doctrinas alimentan la pasividad irracional en unos y una fanática actividad, no menos irracional, en otros” (Citado en “Travesía liberal” de Enrique Krauze-Tusquets Editores SA-Barcelona 2003).

El marxismo, que “resuelve” todos los problemas humanos y sociales aboliendo la propiedad privada, en realidad ha mostrado que promueve y acentúa los mismos errores que “quiso solucionar”. Leszek Kolakowski escribió: “En la forma más simple en que se utiliza para fines ideológicos, el marxismo es extremadamente fácil. Se puede aprender en un instante y ofrecer todas las respuestas a todas las preguntas. Usted puede saberlo todo sobre historia sin molestarse en estudiar historia. Tiene una llave maestra que abre todas las puertas y un método sencillo con el que enfrentarse y solucionar todos los problemas del mundo. Jean-Paul Sartre afirmó alguna vez que los marxistas eran perezosos; es cierto, no quieren que se los moleste con problemas de historia, demografía o biología. Quieren tener una solución única para todo, y la satisfacción de sentirse poseedores de una verdad última. No hay que sorprenderse de que tanta gente opte por esa solución” (Citado en “Travesía Liberal”).

domingo, 1 de julio de 2018

La aparente subjetividad de las ciencias sociales

Los conocimientos son adquiridos de distintas formas, predominando en el pasado la fe religiosa y la razón filosófica. En la actualidad, aun cuando mantengan su vigencia, van quedando relegadas ante el predominio del conocimiento científico. Ello se debe a que la ciencia experimental adopta como referencia, y en forma decidida, a la propia realidad, contrastando cada hipótesis propuesta. Paul B. Horton y Chester L. Hunt escribieron: “En la búsqueda de la verdad, el hombre ha confiado en: 1) la intuición, que va desde la imaginación brillante hasta una simple conjetura; 2) la autoridad, que le indica lo que es cierto; 3) la tradición, que considera verdad lo que durante mucho tiempo ha sido aceptado como verdad; 4) el sentido común, especie de baúl mundo que lo incluye todo desde la observación fortuita, hasta todas o cualquiera de las otras fuentes de verdad; y 5) la ciencia, el método más reciente de buscar la verdad”.

“La ciencia difiere de las otras fuentes de verdad en que, 1) puesto que la verdad científica está basada en una evidencia que se puede comprobar, la ciencia estudia sólo aquellos problemas en que se puede llegar a la evidencia verificable, sin intentar dar una respuesta a muchas preguntas importantes acerca del valor, del fin o de la significación última de las cosas; es más, la ciencia admite que toda verdad científica es de tipo experimental y que está sujeta a revisión a la luz de una nueva evidencia; y 2) la ciencia es neutral desde el punto de vista ético, pues trata de descubrir los conocimientos, pero no de dirigir el uso que se ha de hacer de ellos” (De “Sociología”-McGraw-Hill de México SA-México 1970).

Todo lo que puede comprobarse experimentalmente ha de ser validado como un conocimiento objetivo, ya que cualquiera puede verificarlo repitiendo las pruebas de validez, cuyos dos resultados posibles son la verdad o la falsedad de la hipótesis que se trata de comprobar. De ahí que, en principio, no existe algo como una “ciencia subjetiva”, o ciencia de validez personal o sectorial, por el hecho de que, en ese caso, no puede ser verificada por cualquier individuo.

Ello no implica que lo que no entra en el marco de lo verificable experimentalmente haya de ser necesariamente un conocimiento falso, sino que, si no puede ser verificado por cualquiera, no es un conocimiento científico. Por ejemplo, desde la ciencia experimental no puede afirmarse la veracidad ni tampoco la falsedad de la vida después de la muerte, por cuanto no resulta verificable. Sin embargo, una de las dos posibilidades ha de ser verdadera. Los autores citados escriben: “El conocimiento científico se basa en la evidencia verificable. Entendemos por evidencia las observaciones concretas de los hechos que otros observadores pueden ver, pesar, medir, contar o comprobar en busca de exactitud. Podríamos pensar que esta definición es obvia y que ni siquiera se debía mencionar; pues la mayoría de nosotros tiene ciertas nociones de lo que es el método científico. Sin embargo, hace sólo unos pocos siglos, los estudiantes de la Edad Media sostenían largos debates sobre el número de dientes que tenía un caballo en la boca, sin molestarse en mirarle la boca para contárselos”.

Francis Bacon fue el precursor del método experimental, mientras que Galileo Galilei fue el iniciador de la ciencia experimental. Ludovico Geymonat escribió al respecto: “El enfoque inicial de Galileo no difiere del de Bacon; la naturaleza no sólo debe ser «escuchada», sino también «interrogada». Pero entre el italiano y el inglés surge una gran diferencia apenas tratan de precisar el carácter de esta interrogación. La interrogación baconiana está, en efecto, estructurada con la intención de buscar en los fenómenos su «forma», su «esquematismo latente», sus notas comunes; la galileana, en cambio, a descubrir leyes de los fenómenos, o sea, las proporciones matemáticas entre fenómeno y fenómeno” (De “Historia de la Filosofía y de la Ciencia”-Crítica-Barcelona 1998).

Las ciencias sociales describen fenómenos subjetivos, pero la descripción de los mismos es objetiva. Por ejemplo, el gusto musical es una cuestión subjetiva, pero si se quiere saber si el cantante A tiene mayor aceptación que el cantante B, se puede indagar objetivamente la cantidad de reproducciones vendidas por cada uno. Ernest Nagel adopta como un subtítulo de su libro: “La naturaleza subjetiva de los temas de estudio sociales” (De “La estructura de la ciencia”-Ediciones Paidós Ibérica SA-Barcelona 1991).

Mientras que la descripción de un fenómeno social en particular no ofrece, por lo general, mayores inconvenientes en cuanto a la subjetividad del tema y la objetividad de la descripción, no ocurre lo mismo en el caso de las teorías generales, que cubren varios fenómenos y que adoptan como fundamento algunos axiomas que son justificados posteriormente por el éxito de la teoría. Maurice Agulhon escribió respecto de la indagación histórica: “¿A qué género de historia pertenece la búsqueda de la verdad? Me parece, de manera especial, corresponde a la llamada historia «del acontecer». Es con relación a un hecho preciso que podemos hablar de lo verdadero o de lo falso, y sobre todo, que puede realizarse una demostración convincente acerca de la falsedad o de la veracidad. Pero los historiadores no se contentan con eso. Buscan alcanzar interpretaciones y conclusiones generales. A este nivel, ya es más dudoso que se pueda calificar una interpretación de verdadera o falsa. Por último, existen sectores de la historia que se caracterizan por no pertenecer a la corriente histórica llamada «del acontecer», en las cuales el problema de lo verdadero y de lo falso no puede ser planteado en términos simples” (De “Certidumbres e incertidumbres de la historia” de Gilbert Gadoffre-Grupo Editorial Norma-Bogotá 1997).

Cuando un estudio social no puede proponer una posible verificación experimental, sale del campo de la ciencia para pasar al ámbito de la filosofía social, sin que por ello deba hablarse de fracaso; simplemente se acepta la imposibilidad de verificar las hipótesis propuestas. La siguiente expresión ilustra lo dicho: “No proporcionamos aquí una respuesta para ese interrogante; quizá nunca pueda darse una respuesta final, ya que para desarrollar este tema debemos abandonar el dominio de la ciencia y asumir una actitud reconocidamente subjetiva. Puesto que la existencia del hombre no es observable en el mismo sentido en que lo son sus relaciones sociales, nos vemos forzados a abandonar la posición objetiva, «desde afuera», que hemos tratado de mantener…pues a esta altura de nuestra indagación ya no hay un «afuera»” (De “Teoría de la comunicación humana” de P. Watzlawick, J. B. Bavelas y D. D. Jackson-Editorial Herder SA-Barcelona 1993).

Como antes se dijo, la confusión surge esencialmente de las teorías generales y de los axiomas elegidos. Recordemos que una teoría es una descripción resumida de varios fenómenos naturales o sociales. Como ejemplo puede mencionarse la teoría electromagnética de James Clerk Maxwell, que describe todos los fenómenos eléctricos y magnéticos a partir de cuatro ecuaciones matemáticas básicas.

La primera descripción unificada aparece en el siglo III AC, cuando Euclides de Alejandría sintetiza la geometría utilizando cinco axiomas básicos. A partir de tales axiomas podían deducirse todos los teoremas conocidos de la geometría. Los axiomas, por constituir el punto de partida, eran indemostrables, por lo que la veracidad de los mismos estaba asociada a la veracidad posterior de todo el sistema descriptivo conocido como “geometría euclideana”.

Luego de unos dos mil años de “reinado”, algunos matemáticos intentaron reducir la cantidad de axiomas, aunque sin éxito. Sin embargo, en esos intentos, cambiaron a uno de ellos y descubrieron geometrías diferentes, denominadas “no euclideanas”, que en un principio parecieron ser una “curiosidad inútil”. Observaron que los nuevos sistemas descriptivos tenían la misma coherencia matemática, o lógica, de la misma manera en que podía establecerse un juego distinto al ajedrez cambiándole alguna de sus reglas.

Con el tiempo, se advirtió que las geometrías no euclideanas tenían cabida en el mundo real a través de la teoría de la relatividad generalizada de Einstein. Morris R. Cohen escribió: “Pero si bien esas geometrías son lógicamente semejantes por su coherencia, difieren en sus supuestos. ¿Cuál es la verdadera? El matemático puro no necesita responder esta pregunta. Así, no les adjudica la verdad ni a los axiomas de Euclides ni a los no-euclídeos. Sólo se limita a afirmar que a partir de los axiomas de Euclides se siguen, necesariamente, ciertos teoremas, y que, a partir de otros axiomas, deben seguirse otras proposiciones. En el mundo físico, sin embargo, no nos declaramos satisfechos con la coherencia sistemática. Queremos saber qué axioma o sistema es verdadero de hecho” (De “Razón y naturaleza”-Editorial Paidós-Buenos Aires 1956).

Puede decirse que no existen axiomas verdaderos junto a deducciones falsas, sino axiomas y deducciones verdaderas o falsas ambas. Se cumple un tanto aquello de que “Por sus frutos (deducciones) los conoceréis (axiomas)”. E. Nagel y J. Newman escribieron: “La creencia tradicional de que los axiomas de la geometría (o los axiomas de cualquier disciplina) pueden quedar establecidos por su aparente autoevidencia, se vio así radicalmente socavada. Además, se hizo cada vez más obvio que el verdadero interés del matemático puro consiste en derivar teoremas de supuestos postulados y que, como matemático no le incumbe decidir si los axiomas de los que parte son realmente verdaderos” (Citado en “Teoría de la comunicación humana”).

En el caso de la economía han surgido controversias entre detractores y defensores de la praxeología; la teoría de la acción económica que fundamenta la propuesta de la Escuela Austriaca de Economía. Los primeros afirman que sólo tiene un carácter subjetivo, por lo que no debería ser considerada como parte de la ciencia, o bien aducen que se trata de una “ciencia subjetiva” (o no ciencia). Al respecto, puede decirse que la validez de una teoría implica al sistema axiomas-deducciones, aceptándose al sistema completo si las deducciones resultan compatibles con la realidad.

Los defensores de la praxeología aducen que la economía es una “ciencia formal” (no fáctica, como debería ser considerada). En cuanto a sus axiomas, Jesús Huerta de Soto escribió: “La ciencia económica se construye sobre la base de razonamientos lógico-deductivos a partir de unos pocos axiomas fundamentales que están incluidos dentro del concepto de «acción humana». El más importante de todos ellos es la propia categoría de la acción humana; los hombres eligen, por tanteo, sus fines, y buscan medios adecuados para conseguirlos; todo ello según sus individuales escalas de valor. Otro axioma nos dice que los medios, siendo escasos, se dedicarán primero a la consecución de los fines más altamente valorados y sólo después a la satisfacción de otros menos urgentemente sentidos («ley de la utilidad marginal decreciente»). En tercer lugar, que entre dos bienes de idénticas características, disponibles en momentos distintos del tiempo, siempre se preferirá el bien más prontamente disponible («ley de la preferencia temporal»)” (De www.eseade.edu.ar).

Para convertir la economía austriaca en una ciencia fáctica, habría que ingeniarse para “interrogar” adecuadamente la conducta humana y convertir los axiomas “no verificables” en fundamentos verificados, si bien la veracidad del sistema descriptivo queda asegurado por la veracidad experimental de sus conclusiones.