domingo, 21 de julio de 2013

Las ciencias sociales y la unificación de sus conceptos

En toda actividad científica es deseable disponer de una descripción unificada de manera de permitir establecer deducciones a partir de unos pocos principios básicos; o, al menos, hacia ello debemos apuntar. En el caso de las ciencias sociales, se propone una descripción unificada a partir de la Psicología Social, tomando de ella algunas de sus variables típicas:

Psicología Social = Cooperación + Competencia + Actitud característica

La anterior igualdad surge de considerar que el ser humano se comporta socialmente orientado por dos tendencias principales, como son la cooperación y la competencia, disponiendo, además, de un atributo exclusivo de cada individuo como lo es la actitud característica, que puede definirse como:

Actitud característica = Respuesta / Estímulo

Existirán tantas actitudes diferentes como seres humanos habiten el planeta, por lo que, en una primera impresión, puede parecer inadecuado adoptar tal concepto con el objetivo de definir todo comportamiento individual. Sin embargo, veremos que es posible encontrar en cada actitud individual algunas componentes comunes que permitirán clasificarlas de manera de describir la mayor parte de las respuestas posibles, tanto desde el punto de vista afectivo como del cognitivo. Adviértase que si no existiese tal respuesta típica, o característica, de cada individuo, seria imposible conocerlo o habría de ser dificultoso predecir su posible comportamiento futuro. Podemos entonces decir que:

Actitud característica = Componentes afectivas + Componentes cognitivas

Siendo las componentes afectivas las siguientes:

a) Cooperativa: Amor (significa compartir las penas y las alegrías de los demás)

b) Competitivas: Odio (implica alegrarse del sufrimiento ajeno y entristecerse por su alegría), Egoísmo (implica interesarse sólo por uno mismo)

c) Otra: Indiferencia (significa no interesarse por nadie, incluido uno mismo)

En base a lo considerado hasta aquí, podemos establecer algunas conclusiones importantes. En primer lugar, se observa que la respuesta característica es un concepto que se utiliza ampliamente en las ciencias naturales, por lo que, en principio, se ha adoptado una metodología similar, en lugar de una propia de las ciencias sociales. En segundo lugar, al poder elegir la componente afectiva de tipo cooperativo, en lugar de las demás, estamos considerando la existencia de una ética natural que coincide esencialmente con la ética cristiana, calificando como el Bien a la tendencia cooperativa y el Mal a las restantes. En tercer lugar, al adoptar el método de las ciencias naturales y al definir el Bien y el Mal, y la forma en que se llega al primero y se evita al segundo, estamos definiendo una religión natural compatible con la ciencia.

Para una aceptable descripción del comportamiento humano, no basta con disponer de una visión adecuada de los aspectos afectivos, sino que es necesario describir además los aspectos cognitivos, que también han de formar parte de nuestra actitud característica. En cuando al aspecto cognitivo del hombre, podemos considerar la teoría del conocimiento propuesta por Karl Popper que involucra tanto al conocimiento científico como al vulgar, siendo el proceso elemental el de prueba y error, para una posterior selección de las hipótesis propuestas. Dicho proceso implica adoptar una referencia para realizar comparaciones, siendo la propia realidad la adoptada en el caso del pensamiento científico. En el caso del pensamiento cotidiano habrá otras posibles referencias adicionales, siendo las componentes cognitivas las siguientes:

a) La propia realidad (pensamiento científico)

b) Lo que uno mismo ha pensado o conoce

c) Lo que otra persona ha pensado o conoce

d) Lo que piensa, conoce o dice la mayoría

La actitud cognitiva real es una mezcla o agregado de las componentes básicas, si bien generalmente predomina alguna de ellas. Como conclusión podemos decir que, además de la lógica asociada a los razonamientos del tipo verdadero o falso, debe considerarse también una lógica analógica que es la que permite realizar comparaciones con las referencias mencionadas, constituyendo la lógica simbólica el “pensamiento lento” y la analógica el “pensamiento rápido”, en el sentido propuesto por Premio Nobel de Economía Daniel Kahneman.

A partir de la descripción realizada de la conducta humana, podemos afirmar que disponemos de una teoría de la personalidad adicional. Además, a partir de las componentes afectivas hemos definido el Bien, restando definir la verdad para disponer también de una unificación de las virtudes humanas, considerando que tanto el Bien como la verdad incluyen a las restantes. Podemos, entonces, definir a la verdad como sigue:

Error = (La descripción) – (Lo descrito)

Verdad (Cuando el Error = 0)

En realidad, nunca llegamos a una descripción en la cual se ha podido reducir el error a cero. Sin embargo, debemos tener presente la forma en que nos hemos de aproximar a tal situación ideal. Incluso en la física, una de las teorías vigente se ha acercado tanto a la exacta descripción que la diferencia entre teoría y experimento se manifiesta recién en el décimo lugar luego de la coma decimal. En cuestiones sociales, son admisibles errores bastante mayores.

Finalmente, debemos encontrar, si existe, un vínculo entre los aspectos afectivos y cognitivos. Con ello veremos que se logrará dar respuesta a uno de los temas centrales de la antropología, tal el de la evolución cultural de la humanidad. Entre las etapas evolutivas propuestas aparece la secuencia que va desde el salvajismo a la barbarie y, luego, a la civilización. Esta secuencia puede considerarse como una consecuencia de la evolución del hombre tanto desde el punto de vista afectivo, o ético, como del cognitivo.

Por otra parte, Auguste Comte propuso que el conocimiento humano, en todas sus ramas, sigue una secuencia que va desde el conocimiento teológico, seguido del metafísico para concluir con el positivo, que podemos interpretar como conocimiento religioso, filosófico y científico, respectivamente. Estas etapas podemos describirlas en base al cambio de la referencia adoptada comenzando por lo que dicen otras personas (los Libros Sagrados a través de la fe, en el caso religioso), o lo que piensan los demás o uno mismo (los filósofos a través de la razón) hasta llegar a tomar como referencia la propia realidad (la ciencia a través de la verificación experimental).

Considerando que transitamos por la etapa científica del conocimiento, debemos encontrar un vínculo entre lo afectivo y lo cognitivo para que, de esa manera, mediante la razón, podamos acercarnos a un comportamiento ético adecuado para nuestra óptima adaptación al orden natural. Tal principio de adaptación tuvo relación inicialmente con las experiencias de Ivan Pavlov y su descubrimiento de los hábitos adquiridos o reflejos condicionados, como es el caso del perro que incorpora una respuesta nueva al escuchar el estimulo constituido por el sonido de una campana, tal el de segregar saliva aun sin tener comida presente. Posteriormente, John B. Watson estudió el comportamiento de niños pequeños que jugaban amistosamente con ciertos animalitos; introduciendo una variante en el juego (que dejó de ser tal) por la cual producía un fuerte ruido detrás de un niño cada vez que éste tocaba al animalito. Como ese ruido le producía miedo, finalmente el niño terminó sintiendo miedo por el animalito, aun sin escuchar el fuerte ruido, adquiriendo un hábito que no poseía en un comienzo.

Una de las ideas más importantes, surgida de la psicología, implica la posibilidad de condicionar las respuestas afectivas en función de nuestros propios pensamientos. Esta posibilidad puede admitirse considerando que, si condicionamos nuestras respuestas a un simple ruido, o a otras causas, no debería resultar sorprendente que podamos orientar nuestras acciones mediante la adquisición de información depositada en nuestra memoria que nos indica lo positivas o negativas que pueden ser nuestras actitudes predominantes. Disponiendo de tal información podremos continuar, quizás a un ritmo mayor, el proceso de adaptación cultural mencionado. De ahí que resulte necesario e imprescindible disponer de una teoría unificada de las ciencias sociales, no tanto para satisfacer el espíritu crítico de los científicos o de los filósofos sociales, sino, sobre todo, para poder orientar al hombre común en un cercano acuerdo a la tendencia que nos imponen las leyes naturales.

Pero, quizás, el mayor salto evolutivo asociado al proceso de nuestra evolución cultural, ha de ser la aceptación generalizada y prioritaria de las leyes de Dios, o leyes naturales, como nuestra referencia a adoptar, en lugar de las descripciones de tales leyes y que constituyen el fundamento de las religiones morales (no paganas), ya que los Libros Sagrados sólo tienen sentido si se los lee “con un ojo puesto en la propia realidad”. La obra de Dios debe ser considerada prioritaria a las obras escritas por los hombres, por bienintencionadas que sean sus intenciones. Cuando Cristo indica: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”, nos sugiere dar prioridad al orden natural y a las leyes naturales que lo conforman, para que en nuestra vida predomine la justicia asociada a las mismas, en la que viene implícita la finalidad aparente del universo y de la vida de todo hombre.

viernes, 22 de febrero de 2013

Teorías de la personalidad

Se ha propuesto una gran diversidad de teorías para describir la personalidad humana, que puede considerarse como el conjunto de atributos que nos caracteriza y nos da nuestra individualidad irrepetible. Seguramente la mayoría de tales teorías son compatibles con la realidad, aunque generalmente vean al hombre desde una visión particular; sin poder vincular tal descripción con las establecidas bajo otras perspectivas.

Las primeras teorías provenían del trabajo de psiquiatras, quienes necesitaban disponer de una descripción básica del hombre que les permitiera cumplir mejor con su tarea reparadora de la personalidad enferma. Sin embargo, se advirtió que tal tendencia llevaba implícita la desatención del hombre normal, por lo que posteriormente aparecen las “teorías humanistas”. Duane P. Schultz y Sydney E. Schultz escriben: “El humanismo es una corriente de pensamiento que se centra en los intereses y los valores del hombre. Esta teoría forma parte del movimiento que floreció en la psicología durante las décadas de 1960 y 1970, y que todavía sigue influyendo en ella. El objetivo de los partidarios de este movimiento fue modificar tanto los métodos como la disciplina. Se rebelaron contra el psicoanálisis y el conductismo, que entonces eran las dos grandes escuelas de la psicología en EEUU, porque pensaban que ofrecían una imagen limitada y denigrante de la naturaleza humana”.

“Los psicólogos humanistas criticaron a Freud y a los partidarios de la tradición psicoanalítica porque sólo estudiaban el aspecto patológico de la personalidad. Se preguntaban cómo llegaríamos algún día a conocer las características y cualidades positivas si sólo nos ocupábamos de las neurosis y psicosis. Así, estudiaron nuestras fortalezas y virtudes mediante la exploración del lado amable de la conducta, en lugar de su lado oscuro”.

“Pensaban que los conductistas tenían una perspectiva estrecha y estéril, porque prescindían de las fuerzas conscientes e inconscientes y sólo utilizaban la observación objetiva de la conducta manifiesta. Una psicología basada en la respuesta condicionada a los estímulos describe a los seres humanos como simples robots que reaccionan al mundo exterior de formas predeterminadas. Los psicólogos humanistas rechazaron esta concepción diciendo que no somos grandes ratas blancas ni computadoras lentas. Nuestra conducta es tan compleja que no se puede explicar sólo por medio de métodos conductistas” (De “Teorías de la Personalidad”-Cengeage Learning Editores SA-México 2010).

De todas formas, es necesario tener presente que existirán teorías de la personalidad que podrán adaptarse al campo de la psiquiatría mientras que resulta imprescindible disponer también de una teoría que describa al individuo permitiéndole mejorar aquellos aspectos que, manteniéndolos vigentes, derivarán en algún tipo de enfermedad social. De ahí los siguientes requisitos principales que tal teoría deberá reunir:

a) Que pueda vincularse de alguna manera a las investigaciones que se realizan en neurociencia

b) Que puedan extraerse de ella conclusiones prácticas accesibles al hombre común

c) Que permita establecer una ética natural elemental

d) Que contemple las tres dimensiones básicas del hombre (cuerpo, intelecto, sentimientos)

e) Que tenga presentes tanto a la evolución biológica como a la cultural

f) Que provea una orientación básica asociada a cierto sentido de la vida

Entre los principales exponentes del humanismo puede citarse a Abraham H. Maslow, quien prioriza los aspectos que motivan al individuo y que le permiten encontrar un sentido de la vida. Colin Wilson escribió: “De acuerdo con Maslow, la salud mental depende de la voluntad avivada por un sentido de propósito. Cuando los seres humanos pierden su impulso hacia delante, las baterías de la voluntad se descargan, exactamente del mismo modo que las baterías del automóvil cuando se deja éste en la cochera todo el invierno. El resultado es un sentimiento de «fracaso en la vida», una pérdida de valores instintivos. En la psicología de Maslow, el lugar central es conferido al sentido de los valores de la reacción humana a lo que vale la pena”. “Es una de las absurdas paradojas de la psicología, que ha necesitado tres siglos para llegar a la conclusión de que el hombre posee en verdad mente y voluntad” (De “Nuevos derroteros en psicología”-Editorial Diana SA-México 1979).

Podemos vislumbrar los componentes básicos de una teoría general de la personalidad suponiendo que ha de tener una parte que describa el aspecto emocional del hombre, otra que describa el aspecto cognitivo y, finalmente, otra parte que lo oriente respecto de la adopción o el descubrimiento de un sentido de la vida. Viktor Frankl escribió: “Cada época tiene sus neurosis y cada tiempo necesita su psicoterapia. En realidad, hoy no nos enfrentamos ya, como en los tiempos de Freud, con una frustración sexual, sino con una frustración existencial. El paciente típico de nuestros días no sufre tanto, como en los tiempos de Adler, bajo un complejo de inferioridad, sino bajo un abismal complejo de falta de sentido, acompañado de un sentimiento de vacío, razón por la que me inclino a hablar de un vacío existencial” (De “Ante el vacío existencial”-Editorial Herder SA-Barcelona 1980).

También Alfred Adler contempla cierta finalidad que debe alcanzar el hombre, por lo que escribió: “Nuestra idea del sentimiento de comunidad ha de llevar en sí el objetivo de una comunidad ideal como forma definitiva de la humanidad, como un estado en que todos los problemas que nos plantea la vida y nuestras relaciones con el mundo se nos parecen como ya resueltos. Pues todo aquello que encontremos valioso en nuestra vida, todo lo que subsiste y subsistirá, es siempre un producto de este sentimiento de comunidad, de este ideal orientador, de esta final meta de perfección”. “¿Qué ha pasado con aquellos hombres que no han contribuido en nada al bienestar de la generalidad de los mortales? Y la contestación es la siguiente: Han desaparecido hasta en sus últimos vestigios. Nada ha quedado de ellos; se han extinguido somática y espiritualmente; se los ha tragado la tierra. Les pasó como a aquellas especies animales desaparecidas por no haber podido ponerse al unísono con las circunstancias cósmicas. Aquí tropezamos con una ley secreta, como si el Cosmos, siempre inquisitivo, nos ordenara: «¡Desapareced! ¡No habéis comprendido el sentido de la vida y no hay para vosotros porvenir!»” (De “El sentido de la vida”-Luis Miracle Editor-Barcelona 1959).

Un aspecto interesante extraído de la opinión de Alfred Adler radica en la posible existencia de un sentido de la vida objetivo, que depende del propio orden natural, y no sólo de las posibles elecciones que el hombre haga respecto de su orientación de la vida. Es decir, de todas las posibles elecciones del hombre, habrá algunas que se adaptarán en mayor medida al sentido impuesto por el orden natural y que está implícito en el espíritu de sus leyes. En cuanto a la existencia de un sentido objetivo de la vida, podemos considerar al principio de complejidad-conciencia, asociado a la obra de Pierre Teilhard de Chardin. Este principio surge de interpretar la evolución de la materia, que va desde las partículas elementales hasta los átomos, moléculas y organismos como una tendencia hacia una complejidad creciente, hasta llegar a la vida inteligente, asociada, además, a una conciencia creciente, unificando en un solo proceso tanto a la evolución biológica como a la cultural. Desde la perspectiva actual de la ciencia, resulta algo evidente.

En cuanto a la teoría que responde a la mayor parte de los requisitos antes propuestos, puede decirse que ya viene esbozada en los lineamientos básicos de la Psicología Social, que distingue las dos tendencias generales del comportamiento humano: cooperación y competencia. Además, utiliza el concepto de actitud característica, que viene a ser una respuesta individual y personal que puede variar a medida que el hombre transita por el camino de la maduración personal. Finalmente, la teoría adquiere una forma explícita desde el momento en que podemos determinar las componentes afectivas y cognitivas de nuestra actitud característica, que se mencionan a continuación:

a) Componentes afectivas: amor, odio, egoísmo, indiferencia

b) Componentes cognitivas: adoptar como referencia la realidad, a lo que piensa otro hombre, a lo que piensa uno mismo, o a lo que piensa y acepta la mayoría

Las componentes básicas de las actitudes no predominan totalmente en cada individuo, sino que varias de ellas conforman su personalidad. Así, una persona puede compartir las penas y las alegrías de sus hijos (actitud del amor), mientras que, simultáneamente, puede alegrarse de que el lujoso automóvil de su vecino apareció completamente incendiado (actitud de odio). En este ejemplo, se trata de un caso en que la ética familiar resulta bastante distinta a la ética social.

En la adopción de las actitudes viene implícita cierta escala de valores, de ahí que quien adopta una actitud cooperativa en cierta forma está definiendo una preferencia por ciertos valores y cierto rechazo por otros. Edwin Hollander escribió: “Las actitudes implican expectativas acerca de nuestra propia conducta y de la conducta de otros y se vinculan con todos los aspectos de la vida social; por ende, sus múltiples efectos son evidentes a nuestro alrededor. Los gustos, los modales y la moral que nos caracterizan reflejan nuestras actitudes, así como los valores sociales que les sirven de base. La visión que un individuo tiene de su mundo y el modo en que actúa frente a él pueden ser entendidos, en gran medida, observando las actitudes que conforman su campo psicológico” (De “Principios y métodos de psicología social”-Amorrortu Editores SCA-Buenos Aires 1968).

En cuanto al primer requisito mencionado, tal el de la compatibilidad de la teoría de la personalidad respecto de los descubrimientos de la neurociencia, puede decirse que la actitud del amor, por la cual compartimos las penas y las alegrías de los demás, consiste esencialmente en la empatía, cuyo sustento neurológico se encuentra en las neuronas espejo.

Considerando que una ética elemental debe promover la cooperación en lugar de la competencia, encontramos en el amor a la actitud básica que debe predominar en el ser humano, por lo que puede decirse que tal teoría permite obtener una ética natural elemental y que, incluso, resulta compatible con la ética cristiana. Además, al adoptar tal actitud, estamos, de hecho, adoptando un concreto sentido de la vida, algo que todo individuo necesita imperiosamente para un pleno desarrollo de su personalidad.

En cuanto al aspecto cognitivo, se sugiere adoptar como referencia a la propia realidad, algo que a veces no resulta tan sencillo como parece. Por lo general, cuando predomina en cada uno de nosotros una actitud competitiva, tenemos la predisposición a priorizar nuestras ideas, o la de nuestros ídolos o líderes, aun cuando tal información sea incompatible con la verdad. En realidad, nadie podrá adquirir por sus propios medios toda la información disponible por parte de la humanidad, y que ha sido acumulada a lo largo de su historia, por lo que necesariamente hemos de aprender de otras personas. Lo que se quiere significar es que debemos tratar de aprender de las personas que previamente han tomado como referencia a la propia realidad, por lo que ello implica adoptarla como referencia, aunque sea de una manera indirecta. Por el contrario, el gobierno mental del hombre sobre el hombre aparece cuando se toma como referencia a personas que adoptan sus propias ideas como referencia, dejando de lado la verdad objetiva, por cuanto son motivados por metas puramente competitivas y egoístas.

Entre los atributos utilizados para la realización de las distintas teorías de la personalidad aparecen los rasgos. Ellos pueden, en principio, vincularse a las dos tendencias básicas consideradas por la Psicología Social, tales la cooperación y la competencia. De ahí que los rasgos pueden considerarse incluidos en las componentes de la actitud característica, aunque a veces no sea sencillo derivarlos de ellas. Rasgos y actitudes comparten varios atributos, por lo que posiblemente se trate de un problema de definiciones antes que de conceptos básicos. Lawrence A. Pervin escribió:

“Gordon Allport (1897-1967) consideraba que los rasgos eran los elementos estructurales básicos de la personalidad. Allport pensaba que un rasgo es una predisposición para responder de una forma determinada. Un rasgo conducía a la consistencia en la respuesta porque reunía varios estímulos «funcionalmente equivalentes» y presentaba diversas formas de conducta adaptativa y expresiva. Por ejemplo, la gente sociable es amable y comunicativa porque han considerado muchas situaciones como oportunidades para relacionarse con la gente y porque relacionarse con los otros es parte de su estilo de funcionamiento en el mundo. En otras palabras, los rasgos representan una disposición favorable para responder de una manera determinada porque, en el lado del input (de los estímulos), diferentes situaciones se tratan como semejantes y, en el lado del output (de las respuestas), la persona tiene un único estilo expresivo y adaptativo” (De “La Ciencia de la Personalidad”-McGraw-Hill Interamericana de España SAU-Madrid 1996).

La teoría de la personalidad propuesta por George Kelly pone especial énfasis en el aspecto cognitivo del hombre. Duane P. Schultz y Sydney E. Schultz escriben: “La teoría cognoscitiva de la personalidad se centra en cómo conocemos el ambiente y a nosotros mismos, en cómo percibimos, evaluamos, aprendemos, pensamos, tomamos decisiones y resolvemos problemas. Se trata de una verdadera teoría psicológica de la personalidad porque trata exclusivamente de las actividades mentales”.

“En esta perspectiva, las necesidades, los impulsos o las emociones no se consideran actividades aisladas de la personalidad, sino más bien aspectos de ésta que son controlados por los procesos cognoscitivos”. “Los teóricos del aprendizaje social también recurren a los procesos cognoscitivos. La diferencia entre estos enfoques y la teoría de George Kelly sobre la personalidad es que éste trata de describir todos los aspectos de la personalidad, incluyendo los elementos emocionales, a partir de los procesos cognoscitivos”.

“El modelo de la naturaleza humana que creó es muy original: llegó a la conclusión de que los individuos funcionan igual que un científico. El científico construye teorías e hipótesis y las contrasta con la realidad por medio de experimentos de laboratorio. Si los resultados apoyan la teoría, la mantiene. En caso contrario, tendrá que rechazarla o modificarla, y volver a comprobarla”.

El método científico descripto se conoce también como de “prueba y error”, siendo el error la diferencia detectada entre la descripción hecha y la realidad. Aunque no todos utilizan a la realidad como referencia, como antes se dijo, sino también las opiniones de otras personas, o de uno mismo, especialmente cuando se trata de temas como religión, filosofía o política.

Un avance importante, en materia cognitiva, se ha establecido a través de los aportes de Daniel Kahneman, quien considera al pensamiento humano dividido en uno rápido y en uno lento. Al segundo se lo puede asociar al pensamiento emergente del neocórtex, la última parte incorporada a nuestro cerebro en el proceso de la evolución biológica, mientras que el pensamiento lento provendría esencialmente de nuestro cerebro límbico, asociado al origen de nuestro aspecto emocional.

Es oportuno destacar que la postura científica se identifica con aquella adoptada por la religión natural, ya que supone la existencia de un universo completamente regido por leyes naturales invariantes. A partir de tales leyes, puede extraerse una ética elemental e incluso un sentido objetivo de la vida. Posiblemente estemos llegando a una época en que religión y ciencia puedan marchar juntas y, por ello mismo, se espera una unificación de las distintas religiones con el simultáneo cese de los conflictos y antagonismos generados desde ese ámbito cultural.