Si, buscando una mejora satisfactoria de las sociedades humanas, apuntamos a establecer una ética objetiva y accesible a todas las personas, suponemos que dicha ética ha de generar un cambio significativo en la escala de valores predominante en la sociedad. Sin embargo, si los valores predominantes difieren bastante de aquellos promovidos por dicha ética, es posible que no se logren los objetivos deseados. De todas formas, aún en ese caso es importante disponer de una ética natural u objetiva.
Todo parece indicar que son los valores previamente existentes en las personas los que generarán las éticas respectivas. Así, supongamos el caso extremo de alguien que valora de sobremanera adquirir objetos robándolos, además de rechazar toda forma de trabajo productivo. Para esta persona, el bien es lo que favorece a sus deseos y el mal lo que lo rechaza. Adopta así en su vida una “ética” subjetiva y personal que depende esencialmente de los “valores” que más estima. En este caso, seguramente rechazará toda ética basada en valores distintos a los que predominan en su mente.
Los valores comúnmente aceptados se sustentan en dos criterios, generalmente en conflicto: el ser y el tener. En el primer caso el individuo orienta su vida hacia una construcción de su persona basada en valores emocionales, compatibles con el mandamiento bíblico del amor al prójimo. En el otro caso, quienes apuntan a “tener”, priorizan sus esfuerzos en adquirir bienes materiales que destinarán a satisfacer comodidades asociadas a sus cuerpos.
Por lo general, no se observan casos en que el que apunta al “tener” carezca totalmente de valores humanos, ni tampoco se observan casos en que el que apunta al “ser” carezca totalmente de capacidad para producir y adquirir bienes materiales necesarios. También hay una excepción en el caso de personas que hacen ostentación de pobreza material como si ello, de por sí, asegurara su “espiritualidad”.
Quienes promueven la prioridad de los valores emocionales, por lo general caen en el error de despreciar todo valor o todo objeto material, para asegurar así la “victoria segura” de su propuesta. Sin embargo, hacen evidente que no están tan convencidos de los valores que proponen ya que temen la competencia. Lo importante es valorar cada cosa con cierta justicia y así advertir que los valores emocionales producen mayores niveles de felicidad que los valores materiales.
Las ideologías materialistas, para quienes la felicidad depende esencialmente de los valores materiales, claman por una “igualdad social” (o económica) promoviendo toda clase de conflictos, por lo que habría que advertir a sus promotores que, incluso la mejora económica generalizada, depende esencialmente de una ética que promueve lo emocional.
En esta confusión se llega al extremo de considerar la pobreza material como una virtud, a pesar de que no tener suficientes habilidades productivas o un ánimo acorde al trabajo cotidiano, resulta ser un defecto que no debería estimularse como actualmente se hace.
Hemos nombrado, hasta ahora, valores emocionales y valores materiales, sin mencionar otros valores de gran importancia como es el caso de los “valores intelectuales”, asociados al conocimiento en general. L. J. Lebret escribió: “Siempre ha habido en la humanidad una aspiración a un estado mejor, sea tal estado obtenible por medio de un «tener más», «saber más» o «ser más»”.
“Antes de la era científica y técnica, era difícil conseguir el «tener más». El «saber más» se obtenía especialmente por el estudio del pensamiento antiguo y por la reflexión sobre el pasado o sobre un presente en muy lenta evolución. Quedaba el «valer más» y el «ser más», de donde viene la importancia del «parecer valer». Éste caracterizaba a las capas dirigentes de la población y les hacía buscar cierto modo o estilo de vida para poner en evidencia que el «valor» estaba ya adquirido, que se había fijado principalmente en la nobleza y que la burguesía participaba de alguna manera de esta superioridad. Importaba, pues, señalar bien las distancias entre las capas sociales a fin de que los valores propios de cada una fuesen considerados como una realidad indiscutible”.
“Por lo demás, el «valer más» y el «ser más» estaban al alcance de todos por medio de la virtud. La práctica de la ética o de la autenticidad religiosa permitía a cualquiera «valer más» y «ser más». Como el conjunto de la población no podía «tener más», la resignación a no tener aparecía como un comportamiento virtuoso fundamental del que sólo estaban liberadas las gentes de calidad, pues su «tener más» era la garantía de su «valer más» y de su transmisión hereditaria” (De “Dinámica concreta del desarrollo”-Editorial Herder SA-Barcelona 1966).
De todo esto se infiere que la unión entre seres humanos provendrá de un previo acuerdo respecto de los valores que conducen a la felicidad, ya que la felicidad parece ser el objetivo unánimemente buscado. Desde la psicología se llega a la conclusión de que son los valores emocionales los que producen los mejores resultados, si bien por el momento las diversas ideologías en competencia descartan ciertas evidencias accesibles a una persona normal.